viernes, 5 de junio de 2009
domingo, 21 de diciembre de 2008
Dios amaneció con ganas de comerse una sopaipilla.
El único problema era que en ese entonces aún no existía nada que se pareciera en lo más mínimo a una sopaipilla. De hecho, no existía nada que se pareciera en lo más mínimo a ninguna cosa. Lo único que existía era Dios, y Dios no se parece a nada. Mucho menos a una sopaipilla.
No era poco usual que Dios amaneciera con ganas de comer cosas que todavía no existían, aunque en este caso el antojo era más fuerte de lo común. Lo malo de ser omnisciente es que, entre otras cosas, uno está familiarizado con todos los sabores posibles e imposibles, desde un pastel de naranja hasta tu codo. Y si además de ser omnisciente es uno antojadizo, pues digamos que no es una muy buena combinación.
A pesar de que el alimento que Dios ansiaba no era aún real, su deseo por consumirlo si lo era. Bastante real: le gruñía el estómago y todo. Dios sabía con total certeza que si no lograba satisfacer este antojo iba a andar de mal humor por el resto de la tarde. No dispuesto a pasar malos ratos por culpa de una simple sopaipilla, Dios decidió que iba a tomar manos en el asunto.
Dios tomó un poco de nada. Siendo este un recurso bastante abundante en esos tiempos, no le fue demasiado difícil encontrarlo. Podríamos decir que el lugar estaba lleno de nada, si no fuera por el hecho de que en realidad no se trataba de un lugar, sino más bien de lo contrario… o sea, nada. El mismo Dios era nada, aunque, siendo Dios, seguía siendo bastante importante dentro de su insignificancia.
Dios agarró la nada y la sacudió hasta que se convirtió en algo. Era un algo pequeño pero bastante inquieto: dentro suyo pasaban muchas cosas, la clase de cosas que nunca pasan en el vacío y que uno extraña cuando se encuentra en este. Había átomos y los átomos formaron organismos, y los organismos comenzaron a moverse para todos lados, chocando con paredes y con otros organismos. Luego se cansaron de chocar tanto y para evitarlo se pusieron a pensar.
Dios los miró algo aburrido mientras se organizaban entre ellos, formando civilizaciones, religiones y juntas de madres. Todo esto lo irritaba bastante, especialmente el asunto de las religiones. No es que tuviera algún problema fundamental con ellas, es solo que le parecían un poco ñoñas y las cosas ñoñas siempre lo ponían de mal humor. Sin embargo, estas y otras molestias menores, como las guerras, las plagas, y los psicólogos, eran puntos necesarios para llegar a ese objetivo primordial que eran las sopaipillas.
Así, pasó una cantidad de tiempo que para los organismos pensantes pareció billones de años, pero que para Dios fue nada más que… bueno, billones de años, pero como era Dios no le costaba tanto esperar. Un día alguien inventó la rueda, y luego otra persona inventó otra cosa, y así sucesivamente hasta que llegaron a las sopaipillas.
El problema, ahora (Dios es un tipo bastante particular, por si no se nota), es que la primera sopaipilla en ser cocinada no estaba preparada de la forma en que a Dios le gusta. Si esta fuera una persona normal, el hecho de no haberlas probado nunca lo excluiría automáticamente de saber como le gusta que las preparen. Si esta fuera una persona normal, llegaría y se comería la sopaipilla y fin. Pero como este es Dios y Dios no es una persona normal, simplemente se sentó a esperar que alguien las cocine exactamente como le gustan, y esta historia comenzó a alargarse más de lo necesario. Y por eso, y solo por eso, es que hoy llegamos al 18 de diciembre del año 2008.
***
Cuando Bob metió la sopaipilla con manjar al microondas ni por un segundo se le pasó por la cabeza que acababa de sellar el destino del universo. En realidad es un pensamiento bastante rebuscado, así que no podemos culparlo por no tenerlo en cuenta. Esto no quita que, si no fuera por Bob, el universo entero se hubiera salvado.
Bob era semejante a Dios en el sentido de que ambos eran bastante particulares con lo que comían (aunque se diferenciaban en cosas como los problemas a la dermis y la omnipotencia). Antes de comerse una sopaipilla, Bob siempre le untaba encima una delgada capa de manjar casero. Luego la metía al microondas por aproximadamente 10,5 segundos, con tal de que el manjar se derritiera en la medida exacta necesaria para impregnarse en la sopaipilla sin volverse completamente líquido. Esta es una receta que Bob perfeccionó a lo largo de 19 años de consumo de sopaipillas, desde aquella tarde lluviosa a los 7 años en que su tía le entregó la primera hasta el día de hoy.
Ya que era imposible programar el microondas para 10,5 segundos, Bob siempre lo programaba para 20 y lo detenía manualmente entre los 10 y los 11, intentando calcular lo mejor que podía el punto medio entre ambos números. Ese día en particular tuvo la mala suerte de calcular demasiado bien y hacer parar el microondas en el momento preciso para alcanzar la perfección. Cuando sacó el plato y se giró expectante para dirigirse al comedor, se encontró con Dios parado frente suyo. En medio de su cocina.
Dios se presentó como Dios, pero esto era más bien una formalidad, ya que con solo mirarlo Bob ya sabía de quién se trataba. Tenía una cierta divinidad en su persona que Bob jamás había visto, excepto quizás en al ojear el escote de Scarlett Johansson. Dado su nerviosismo, era comprensible que Bob no se presentara de vuelta. Aún así, hubiera sido un gesto agradable, pensó Dios.
“Vengo a comerme tu sopaipilla”, declaró sin más preámbulo Dios, con una arrogancia descarada pero completamente justificada.
Bob miró su plato y consideró la situación: por un lado, este era el creador del universo pidiéndole algo razonablemente simple, especialmente considerando que a él le debía su existencia y la de todos y todo lo que amaba, había amado o amaría en su vida. Por otro lado, la sopaipilla se veía bastante apetitosa. Sin mencionar que este tipo también era responsable por las colas de los bancos y los psicólogos.
Pero fue principalmente el asunto de la sopaipilla lo que hizo a Bob decir lo siguiente.
“Y, ehhm… ¿qué… pasa si no te la doy?”
“Si no me la das,” dijo Dios con calma y firmeza, “voy a destruir el universo.”
Bob lo pensó por un par de segundos. “Ya, bueno,” dijo, pasándole el plato a Dios. “Supongo que podría hacer otra.”
Dios sostuvo el plato en sus manos. “No, espera…” dijo, algo confuso. “Quise decir que iba a destruir el universo si SÍ me la dabas.” Tomó una primera mordida. “Disculpa.”
Bob se sintió bastante tonto.
“No te sientas tonto,” dijo Dios, “de todas formas te la iba a quitar.”
Dios es un matón de escuela, se dio cuenta Bob en ese momento, aunque esto era algo que había sospechado en el fondo de su ser durante toda su vida.
“Oye, el tonto no soy yo,” exclamó Bob irritado. Se notaba en su voz que había quedado algo sentido por todo el asunto. “¡Fuiste TÚ el que se equivocó recién!”
Dios suspiró mientras pegaba otra mascada. “Vamos, Bob, era un chiste. Yo no me equivoco. Soy Dios. La única verdad absoluta en toda la existencia es que no me equivoco nunca. Podría pasar todo el día tratando y…” otro mordisco “…nada.”
“Pero…” Bob comenzó a agitarse. “Pero, ¿por qué tienes que destruir el universo? ¡¿Por una sopaipilla?!”
“Lo creé por una sopaipilla, así que ¿por qué no?” Dios se chupó el manjar de los dedos. “No es nada personal, Bob. Es solo que sería bastante poco práctico mantener funcionando un universo que ya no tiene sentido. La única razón por la que los dejé existir todo este tiempo fue para llegar este momento, comer, y poder irme a dormir mi siesta tranquilo. Lo siento, pero nunca podría quedarme dormido con todo el ajetreo de los átomos.”
Mientras observaba a Dios parado en su cocina devorando el plato que él había preparado y amenazando con erradicar con todo lo que conocía, Bob, por algún motivo, se sentía bastante irritado. “Entonces, ¿qué?” preguntó. “¿Vas a llegar y destruirnos, así como si nada?”
“No,” respondió Dios. “Primero voy a terminarme tu sopaipilla.”
Dios miró el último pedazo de sopaipilla antes de llevárselo a la boca. Este hubiera sido un momento apropiado para felicitar a Bob por su buen gusto y talento culinario, pero la cortesía había salido volando por la ventana en el momento en que el joven no lo saludó de vuelta al entrar a la cocina.
Quizás fue el hecho de que el final ya era inevitable y no había nada que pudiera hacer al respecto, pero en esos últimos momentos Bob pareció calmarse.
“Antes de que te comas eso, ¿puedo preguntarte una última cosa?”
“Claro, lo que quieras,” dijo Dios. “Mientras no sea muy largo. Nada de pajas existenciales, por favor, ¿eh?”
“Lo único que no entiendo es… si tienes el poder para crear un universo entero con todo lo que hay en este, ¿no podrías haber creado en vez la sopaipilla tal como la querías y ahorrarnos todo este rollo?”
Dios pensó. “Bueno… hurm, supongo que… sí, creo que sí… podría haberlo hecho así, ahora que lo pienso.”
“Entonces,” dijo Bob, intentando saborear el momento que llenaba su boca a falta de una sopaipilla con manjar, “¿te equivocaste?”
En ese momento la cabeza de Dios explotó sangrientamente en miles de pedacitos, y mientras su cuerpo inerte caía al suelo, la realidad comenzó a desvanecerse de a poco. El resultado final fue el mismo, pero en sus últimos momentos Bob no pudo evitar sentirse orgulloso por haberle negado el último mordisco al viejo glotón de mierda ese.
Fin.
No era poco usual que Dios amaneciera con ganas de comer cosas que todavía no existían, aunque en este caso el antojo era más fuerte de lo común. Lo malo de ser omnisciente es que, entre otras cosas, uno está familiarizado con todos los sabores posibles e imposibles, desde un pastel de naranja hasta tu codo. Y si además de ser omnisciente es uno antojadizo, pues digamos que no es una muy buena combinación.
A pesar de que el alimento que Dios ansiaba no era aún real, su deseo por consumirlo si lo era. Bastante real: le gruñía el estómago y todo. Dios sabía con total certeza que si no lograba satisfacer este antojo iba a andar de mal humor por el resto de la tarde. No dispuesto a pasar malos ratos por culpa de una simple sopaipilla, Dios decidió que iba a tomar manos en el asunto.
Dios tomó un poco de nada. Siendo este un recurso bastante abundante en esos tiempos, no le fue demasiado difícil encontrarlo. Podríamos decir que el lugar estaba lleno de nada, si no fuera por el hecho de que en realidad no se trataba de un lugar, sino más bien de lo contrario… o sea, nada. El mismo Dios era nada, aunque, siendo Dios, seguía siendo bastante importante dentro de su insignificancia.
Dios agarró la nada y la sacudió hasta que se convirtió en algo. Era un algo pequeño pero bastante inquieto: dentro suyo pasaban muchas cosas, la clase de cosas que nunca pasan en el vacío y que uno extraña cuando se encuentra en este. Había átomos y los átomos formaron organismos, y los organismos comenzaron a moverse para todos lados, chocando con paredes y con otros organismos. Luego se cansaron de chocar tanto y para evitarlo se pusieron a pensar.
Dios los miró algo aburrido mientras se organizaban entre ellos, formando civilizaciones, religiones y juntas de madres. Todo esto lo irritaba bastante, especialmente el asunto de las religiones. No es que tuviera algún problema fundamental con ellas, es solo que le parecían un poco ñoñas y las cosas ñoñas siempre lo ponían de mal humor. Sin embargo, estas y otras molestias menores, como las guerras, las plagas, y los psicólogos, eran puntos necesarios para llegar a ese objetivo primordial que eran las sopaipillas.
Así, pasó una cantidad de tiempo que para los organismos pensantes pareció billones de años, pero que para Dios fue nada más que… bueno, billones de años, pero como era Dios no le costaba tanto esperar. Un día alguien inventó la rueda, y luego otra persona inventó otra cosa, y así sucesivamente hasta que llegaron a las sopaipillas.
El problema, ahora (Dios es un tipo bastante particular, por si no se nota), es que la primera sopaipilla en ser cocinada no estaba preparada de la forma en que a Dios le gusta. Si esta fuera una persona normal, el hecho de no haberlas probado nunca lo excluiría automáticamente de saber como le gusta que las preparen. Si esta fuera una persona normal, llegaría y se comería la sopaipilla y fin. Pero como este es Dios y Dios no es una persona normal, simplemente se sentó a esperar que alguien las cocine exactamente como le gustan, y esta historia comenzó a alargarse más de lo necesario. Y por eso, y solo por eso, es que hoy llegamos al 18 de diciembre del año 2008.
***
Cuando Bob metió la sopaipilla con manjar al microondas ni por un segundo se le pasó por la cabeza que acababa de sellar el destino del universo. En realidad es un pensamiento bastante rebuscado, así que no podemos culparlo por no tenerlo en cuenta. Esto no quita que, si no fuera por Bob, el universo entero se hubiera salvado.
Bob era semejante a Dios en el sentido de que ambos eran bastante particulares con lo que comían (aunque se diferenciaban en cosas como los problemas a la dermis y la omnipotencia). Antes de comerse una sopaipilla, Bob siempre le untaba encima una delgada capa de manjar casero. Luego la metía al microondas por aproximadamente 10,5 segundos, con tal de que el manjar se derritiera en la medida exacta necesaria para impregnarse en la sopaipilla sin volverse completamente líquido. Esta es una receta que Bob perfeccionó a lo largo de 19 años de consumo de sopaipillas, desde aquella tarde lluviosa a los 7 años en que su tía le entregó la primera hasta el día de hoy.
Ya que era imposible programar el microondas para 10,5 segundos, Bob siempre lo programaba para 20 y lo detenía manualmente entre los 10 y los 11, intentando calcular lo mejor que podía el punto medio entre ambos números. Ese día en particular tuvo la mala suerte de calcular demasiado bien y hacer parar el microondas en el momento preciso para alcanzar la perfección. Cuando sacó el plato y se giró expectante para dirigirse al comedor, se encontró con Dios parado frente suyo. En medio de su cocina.
Dios se presentó como Dios, pero esto era más bien una formalidad, ya que con solo mirarlo Bob ya sabía de quién se trataba. Tenía una cierta divinidad en su persona que Bob jamás había visto, excepto quizás en al ojear el escote de Scarlett Johansson. Dado su nerviosismo, era comprensible que Bob no se presentara de vuelta. Aún así, hubiera sido un gesto agradable, pensó Dios.
“Vengo a comerme tu sopaipilla”, declaró sin más preámbulo Dios, con una arrogancia descarada pero completamente justificada.
Bob miró su plato y consideró la situación: por un lado, este era el creador del universo pidiéndole algo razonablemente simple, especialmente considerando que a él le debía su existencia y la de todos y todo lo que amaba, había amado o amaría en su vida. Por otro lado, la sopaipilla se veía bastante apetitosa. Sin mencionar que este tipo también era responsable por las colas de los bancos y los psicólogos.
Pero fue principalmente el asunto de la sopaipilla lo que hizo a Bob decir lo siguiente.
“Y, ehhm… ¿qué… pasa si no te la doy?”
“Si no me la das,” dijo Dios con calma y firmeza, “voy a destruir el universo.”
Bob lo pensó por un par de segundos. “Ya, bueno,” dijo, pasándole el plato a Dios. “Supongo que podría hacer otra.”
Dios sostuvo el plato en sus manos. “No, espera…” dijo, algo confuso. “Quise decir que iba a destruir el universo si SÍ me la dabas.” Tomó una primera mordida. “Disculpa.”
Bob se sintió bastante tonto.
“No te sientas tonto,” dijo Dios, “de todas formas te la iba a quitar.”
Dios es un matón de escuela, se dio cuenta Bob en ese momento, aunque esto era algo que había sospechado en el fondo de su ser durante toda su vida.
“Oye, el tonto no soy yo,” exclamó Bob irritado. Se notaba en su voz que había quedado algo sentido por todo el asunto. “¡Fuiste TÚ el que se equivocó recién!”
Dios suspiró mientras pegaba otra mascada. “Vamos, Bob, era un chiste. Yo no me equivoco. Soy Dios. La única verdad absoluta en toda la existencia es que no me equivoco nunca. Podría pasar todo el día tratando y…” otro mordisco “…nada.”
“Pero…” Bob comenzó a agitarse. “Pero, ¿por qué tienes que destruir el universo? ¡¿Por una sopaipilla?!”
“Lo creé por una sopaipilla, así que ¿por qué no?” Dios se chupó el manjar de los dedos. “No es nada personal, Bob. Es solo que sería bastante poco práctico mantener funcionando un universo que ya no tiene sentido. La única razón por la que los dejé existir todo este tiempo fue para llegar este momento, comer, y poder irme a dormir mi siesta tranquilo. Lo siento, pero nunca podría quedarme dormido con todo el ajetreo de los átomos.”
Mientras observaba a Dios parado en su cocina devorando el plato que él había preparado y amenazando con erradicar con todo lo que conocía, Bob, por algún motivo, se sentía bastante irritado. “Entonces, ¿qué?” preguntó. “¿Vas a llegar y destruirnos, así como si nada?”
“No,” respondió Dios. “Primero voy a terminarme tu sopaipilla.”
Dios miró el último pedazo de sopaipilla antes de llevárselo a la boca. Este hubiera sido un momento apropiado para felicitar a Bob por su buen gusto y talento culinario, pero la cortesía había salido volando por la ventana en el momento en que el joven no lo saludó de vuelta al entrar a la cocina.
Quizás fue el hecho de que el final ya era inevitable y no había nada que pudiera hacer al respecto, pero en esos últimos momentos Bob pareció calmarse.
“Antes de que te comas eso, ¿puedo preguntarte una última cosa?”
“Claro, lo que quieras,” dijo Dios. “Mientras no sea muy largo. Nada de pajas existenciales, por favor, ¿eh?”
“Lo único que no entiendo es… si tienes el poder para crear un universo entero con todo lo que hay en este, ¿no podrías haber creado en vez la sopaipilla tal como la querías y ahorrarnos todo este rollo?”
Dios pensó. “Bueno… hurm, supongo que… sí, creo que sí… podría haberlo hecho así, ahora que lo pienso.”
“Entonces,” dijo Bob, intentando saborear el momento que llenaba su boca a falta de una sopaipilla con manjar, “¿te equivocaste?”
En ese momento la cabeza de Dios explotó sangrientamente en miles de pedacitos, y mientras su cuerpo inerte caía al suelo, la realidad comenzó a desvanecerse de a poco. El resultado final fue el mismo, pero en sus últimos momentos Bob no pudo evitar sentirse orgulloso por haberle negado el último mordisco al viejo glotón de mierda ese.
Fin.
sábado, 20 de diciembre de 2008
martes, 9 de diciembre de 2008
Lo que saque a flote tu bote
(o 'Cada cual sabe lo que hace')


Iba un día Mike Korea en la microa comprar verduras
cuando se percató de quel vaivén del vehículo le estaba causando una tremenda disconformidad
justo entremedio de las piernas.
cuando le tocó bajarse
Mike se puso confuso e hizo lo que pudo
pero no pudo evitar abusar de algunos
Es verdad que Mike hizo lo posible
pero lo posible no incluía conservar su dignidad
y la castidad de un par.
Mike caminó hasta la Intendencia que era donde iba (me equivoqué denante)
y en el camino divisó la gorda negra vieja que caminaba con bolsas
más disconforme se puso.
cada cual con lo suyo.
absorto en la voluminosa opacidad
Mike arrivó a la Intendencia sin darse cuenta
y al estrellarse se dió con su hombría en la cara
tres puntos le pusieron
y esa es la historia de Mike Korea.
viernes, 28 de noviembre de 2008
#8.614

Pero pasa el tiempo y mi mamá se sigue quedando, incluso cuando no hay nada de pega y está difícil la cosa. Y al final es como lo mismo.
jueves, 27 de noviembre de 2008
#1.434
Estoy sentado en la playa jugando con un balde y una pala. Se que estoy feliz porque me veo desde afuera y se me nota. Entonces despierto.
Trepo para salir de mi cuna, y como todos los días lo primero que hago es caminar por el pasillo hasta la pieza de mis hermanos. Pero al cruzar el pasillo me doy cuenta de que donde debería estar la pieza hay otra cosa. Al otro lado de la puerta veo una playa negra bajo un cielo oscuro. Distingo siluetas de seres opacos que juegan en la arena. Sigo parado afuera en el pasillo, sin atreverme a entrar. Entonces despierto.
Trepo para salir de mi cuna, y como todos los días lo primero que hago es caminar por el pasillo hasta la pieza de mis hermanos. Pero al cruzar el pasillo me doy cuenta de que donde debería estar la pieza hay otra cosa. Al otro lado de la puerta veo una playa negra bajo un cielo oscuro. Distingo siluetas de seres opacos que juegan en la arena. Sigo parado afuera en el pasillo, sin atreverme a entrar. Entonces despierto.
miércoles, 26 de noviembre de 2008
#8.631
Veo mis horas de sueño paradas en fila, como en la línea de ensamble de una fábrica. Mis horas de sueño son personas, siempre lo han sido y siempre lo he sabido. No es eso lo que me extraña. Lo que me extraña es que sean todos pelados. Ahí me doy cuenta de que todas mis horas fueron reemplazadas por clones pelados de ellas mismas, en algún momento cuando yo no estaba mirando.
Por eso no puedo dormir. Porque mis horas de sueño no tienen pelo.
Por eso no puedo dormir. Porque mis horas de sueño no tienen pelo.
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